Autor: Cap (r) Javier Nieto Quintero
Cinco centurias han transcurrido en la construcción de la historia cultural de Venezuela; su tiempo vivido es tan largo y a la vez tan corto, que nos permite comprender la magnitud de los éxitos, fracasos, aciertos y desaciertos de quienes han protagonizado los períodos de Conquista, Colonia, Independencia y República, hasta llegar a lo que es hoy la quinta República Bolivariana de Venezuela. Mediante este proceso histórico se han podido (en algunos o en muchos casos) corregir y construir aspectos institucionales que signan la vida nacional, como especialmente lo constituye el período –sin restar importancia a los demás momentos– que se transitó a caballo por la Venezuela del siglo XIX hacia la conformación del Estado-nación en el siglo XX.
En aquel entonces el país, con la excepción de la metrópoli, Caracas, era eminentemente rural; era la nación soberana del poderío para el arribo de ejércitos de montoneras. Era una nación rica en enfermedades, pobreza y anarquía. Hasta llegar a la Venezuela del siglo XX, que en sus albores brindó nacimiento a nuestra industria petrolera. Así surge una valiosa generación de líderes nacionales, se construyen carreteras para comunicar al país rural con la capital y se crean, entre otras instituciones nacionales, la Hacienda Pública Nacional y la FAN.
Asimismo, conforme a las tendencias políticas y sociales del mundo en desarrollo, destacados ciudadanos venezolanos comienzan a dar forma a la vida ciudadana, en donde lo principal era la búsqueda del bien común, el pluralismo, la participación, la libertad, la paz, la igualdad y la justicia.
No obstante estos logros, en otros muchos casos, por desconocimiento del aparato gubernamental o negligencia en el cumplimiento de sus funciones, la dirigencia política habría fracasado, cometiendo –reiteradamente– los mismos o parecidos errores que se cuestionaron desde antes y desde siempre. Y así avanzamos hacia la crisis política y social que genera un vacío de liderazgo hacia los años noventa, hecho que facilitó el sentido de oportunidad para líderes emergentes que igualmente han fracasado.
Sin embargo, los venezolanos debemos reconocer y valorar nuestras grandes conquistas y nuestra capacidad para imponer por delante de la fuerza la razón. Es justo y meritorio destacar que durante el siglo pasado logramos derechos civiles, políticos y económicos de gran valía. Se instituyó el voto directo, secreto y universal; se forjó el proceso de descentralización y, a pesar de las desviaciones de algunos, nuestro gran éxito fue el fortalecimiento de la democracia como un sistema político.
Por tal motivo, si bien a algunos venezolanos lo que hoy sucede en el país no les interesa, para otros es el socialismo del siglo XXI y para otros el totalitarismo moderno. Lo cierto es que los vicios de corrupción, burocracia ineficiente y clientelismo político continúan; pero además se ha sembrado el odio entre hermanos, y el debilitamiento de la democracia como sistema político es evidente.
Venezolanos, esperanza, optimismo, fortaleza, sabiduría y valentía, son palabras pertinentes y necesarias para caminar hacia el éxito. Son plataformas que debemos considerar para que, paralelamente a la importante riqueza histórico-cultural que heredamos, también sepamos que en nuestro país coexiste una riqueza geográfica y un inestimable capital humano. Ante lo cual, en el hoy por hoy, tenemos que valorar nuestras potencialidades para –sin mezquinas venganzas– levantarnos en la acción participativa de la Venezuela de todos y para todos; avanzar con pasos certeros, con criterio humanístico, hacia la justicia social; enarbolando un rotundo “no a la impunidad”, promoviendo la fuerza vital de la justicia en libertad y transitando el camino de la construcción de un mejor país. Un país que, como nación de profunda convicción democrática, nos permita cimentar las bases de la Venezuela que necesitamos, merecemos, y que mejorada en sus potencialidades de calidad de vida tenemos que legar a las futuras generaciones.
Así, con esa fe creyente que ha engalanado al venezolano, visualizar con esperanza, pero con paso seguro, la fe, la certeza y la convicción de que en el más cercano futuro es posible la conformación de una mejor y más sustentable nación con justicia social. Sustentable, por la innovada conciencia nacional, con poderes públicos dirigidos por venezolanos probos, bajo los símbolos del honor, la lealtad y el respeto a la Nación, a sus ciudadanos, instituciones y patrimonios públicos.
Ahora es el sueño de querer una Venezuela gerenciada por un liderazgo gubernamental e institucional con un alto contenido ético-moral y académico. Funcionarios que en sus conceptos, procedimientos y actitudes, cuente con valores y acciones que permitan la transparencia en la gestión pública, la búsqueda del bien común y el respeto de los derechos humanos.
Bajo estos esquemas, en compendio, el libro trata de resumir las experiencias, conocimientos y sugerencias de un ciudadano venezolano que mostró un profundo desacuerdo con la grave crisis moral y ética que hoy sufre la Fuerza Armada Nacional (FAN) por el empeño de un gobierno en orientar su participación en eventos de activismo político-partidista; algo nunca antes visto en su historia de vida.
Asimismo, se pretende describir aspectos relacionados con la privación de libertad de quien ha sido víctima de un sistema judicial que, a pesar de ser columna vertebral de la democracia, hoy cuenta con poca o ninguna credibilidad, y que por conveniencias político-ideológicas ha irrespetado el principio más sagrado del hombre –el derecho a la libertad– al no fundamentar sus decisiones con base en la equidad, la imparcialidad y el respeto a los derechos y las garantías humanas, consagradas en el preámbulo constitucional.
En fin, el testimonio que el autor desea comunicar desde esa “Rotunda” del siglo XXI, hoy la cárcel militar de Ramo Verde, se fundamenta en una reflexión sobre nuestros antecedentes históricos, políticos y sociales, y la llegada a la década de 1990. Es una crítica sobre el actual sistema represivo y una sugerencia, un aporte, una esperanza, un proyecto de país que permita conducirnos hacia la modernidad; en el cual es prioritaria para la solución de nuestra grave crisis social y económica la conformación de un capital social-humano y el fortalecimiento del sistema político; vale decir: poderes públicos eficientes y autónomos.
Para alcanzar estas propuestas, es importante considerar que los hombres falibles no somos nada, a menos que aprendamos a depender de Dios.